domingo, 29 de octubre de 2006

Los Guarayos

Volví esa noche a mi hotel con doscientos dólares menos: los que le presté al licenciado más cien para pagar los whiskies. No abundaré en detalles sobre lo que gasté en otros placeres. Alguna duda razonable tenía sobre la viabilidad de los proyectos de mi amigo, mas hube de concederle el beneficio de la duda. No obstante, parecía estar bien relacionado y venía de vuelta de Europa con muchas ganas, decía, de trabajar por su país.
Así fue que me dejó invitado para visitar al día siguiente el campito de uno de sus amigos; “algo podemos hacer allí”, me dijo. Temprano pasó a recogerme en su movilidad 4x4 y yo y mi resaca nos encaramamos a esa especie de tanque japonés; “los traemos de Iquique, hermano. Total, cada cierto tiempo sale una ley que nacionaliza las movilidades con problemas de papeles, porque no le vamos a estar pagando impuestos a estos cojudos que viven usufructuando del estado, ¿no?”
Asentí con desgano.
“Vamos a sacar unas fotocopias y estamos listos” dijo, mientras yo pensaba en que el estado boliviano no había percibido un solo peso por concepto de aranceles de importación de semejante vehículo, y ahí fui entendiendo algunas cosas. O más bien, seguí entendiendo muy poco, aunque entendiendo, eso sí, por qué costaba tanto a ese país mover su desfinanciado aparataje. Ya temía otra vez por mi escuálida faltriquera, cuando veo de reojo en el tablero que el estanque de conbustible estaba lleno. Un alivio.
“Te voy a presentar a Gonzalino, hermano; está queriendo trabajar con nosotros”, me dijo el licenciado cuando llegamos. En efecto, Gonzalino era dirigente de un grupo de campesinos que hace años vinieron del altiplano y ocuparon tierras deshabitadas al oriente de Santa Cruz, planas y muy productivas; son los famosos “colonos”, a quienes los cruceños oriundos no les profesan particular simpatía. Gonzalino estaba orgulloso de lo hecho, pues cuando llegaron no había nada y tuvieron que hacer desmonte a machetazos, construyeron una escuelita (aunque nunca llegó un profesor) y vivían con lo necesario, o por lo menos con lo mínimo necesario. Sin embargo, ahora que Gonzalino trabajaba para el licenciado, estaba abriendo los ojos y quería más. “Gonzalino tenía estos campos convertidos en una lástima, hermano, pero ahora que somos socios hemos traído tecnología y estamos produciendo la mejor soya del Departamento. Lo malo, son los colonos que avasallan y quieren asentarse en cualquier parte”, se lamentaba el licenciado.
“Qué irrespeto”, asentía Gonzalino.
“Se me ocurre que bien podríamos captar recursos para dotar a algunas escuelas, incluso fundar una secundaria técnica, ahora que está en auge la exportación de soya”, lancé.
“Hermano, entiende que el comunismo se acabó; ahora lo que viene es la libertad de comercio, la productividad, la inversión”, sintetizó el licenciado su ideario; “eso es lo que no entienden estos putos”, completó. Mientras, a lo lejos, se observaban chozas, ganado y numerosos campesinos, mirando todos hacia donde estábamos. Sin duda, estaban esperando algo.
De pronto llegó un bus destartalado y de él bajaron unos treinta guarayos vestidos con atuendos citadinos, pero no dejó de llamarme la atención una especie de carcaj que llevaban al hombro. Alcancé a divisar claramente flechas y pensé que, dada la clara y persistente diferencia étnica, al primero que atacarían sería al “colla” Gonzalino.
Pero Gonzalino y el Licenciado (me escribió indignado y le prometí ponerlo con mayúscula) saludaron efusivamente a quien parecía ser el jefe y luego me explicaron su plan: los colonos, “collas” del altiplano sin los anticuerpos necesarios, temían al veneno de las flechas de los guarayos, por lo tanto el avance de éstos garantizaba la retirada de los primeros, idealmente al otro lado del río.
Así fue como después de algunos conatos de lucha, pedradas a la distancia e insultos en lenguas diversas donde el castellano resultaba ser lengua franca, los colonos atemorizados se retiraron efectivamente a un par de kilómetros en la inmensa llanura, tarea que se completó casi al anochecer, mientras el Licenciado, Gonzalino y yo, disfrutábamos de un churrasco de cebú y unos muy recomendables vinos tarijeños que trajimos de Santa Cruz. Al cabo, a medida que subían al bus de regreso (que resultó no tener faroles), cada uno de los guarayos recibía un billetito de diez dólares que el licen traía, todos perfectamente lisos, como nuevos, con un innegable aspecto de fotocopia de primerísima calidad.
Corrían los inicios de los años noventa y así fue mi despertar a la globalización.
(Continuará).

8 comentarios:

Eulalia dijo...

Cónsul,
yo tampoco tengo anticuerpos para tus escritos; lo malo es que no sólo no me retiro, sino que vuelvo cada día a buscar mi dosis.
Un beso.

Eulalia dijo...

Eleuterio,
creo que estábamos simultaneando los comentarios.
Tu historia chileno-siciliana...
Envidio tu capacidad de convertir esos pequeños dramas en grandes chistes.
Por Dios, si algún día se te ocurre venir a España, házmelo saber.
Otro beso.

Anónimo dijo...

Egregio Señor Cónsul: No he secretado otra cosa que envidia en estas últimas horas, luego de leer las crónicas orientales de sus años 90.
Hay un escritor que dice tener un hermano que ha viajado por todo el mundo en barco sin haber puesto jamás un pié tan siquiera en un bote. Pues bien señor Cónsul, para usted yo seré aquel hermano, por cuanto he conocido el mundo sólo a través de referencias, como las que Ud. vió respecto del nunca bien ponerado Figueroa. A estas alturas he acumulado miles de millas en mi pass referencial. Por eso la envidia, insana ( nunca la envidia es inocente) , que me tiene a maltraer en este puerto de ciegos y algunos tuertos, como la banda de Solís.
Siga con su periplo, que aún le falta describir la belleza de las originales de Santa Cruz.
Abrazos y parabienes
S.S.S.
Oliveira

Anónimo dijo...

Fe de erratas: Donde digo originales quise decir originarias

Anónimo dijo...

Interesante tu relato.te seguiré desde Miami

Eulalia dijo...

Las cruceñas tienen fama...
Claro: las cruceñas adineradas.

Eleuterio Gálvez, el cónsul temerario dijo...

Eulalia:
Confía, que la poción no es venenosa; y... por cierto que te haré saber en cuanto me destinen al consulado en Utrera.
Besos,
Eleuterio.

Sr. Oliveira:
Espere Ud. confiado las remembranzas de las cruceñas, que por hombre no me acuerdo de los peces que se me escapaban en la ribera del Piraí. Con dinero y sin dinero, hago lo que puedo, dijo una cruceña adinerada.

Soleil:
Sea bienvenida a este blog y pase, siéntase como en su casa.

Solis dijo...

No me joda Cónsul. Allá usted con su obeso licenciado, yo acá con mi seborreico Bernales.