lunes, 16 de octubre de 2006

Un Colega en Problemas


Tres semanas después de nuestro arribo a Santiago, la puerta de mi departamento fue derribada a patadas por el padre de Cadina, ayudado por unos karatecas de Patronato que contactó no sé como, y hube de huir con mi humanidad a medio vestir por el balcón del vecino. Ya el día anterior había recibido otra mala noticia: Mis superiores me han llamado por teléfono para notificarme de mi cese inmediato en el cargo de cónsul en Zamboanga, por “notable abandono de deberes”, al haberme trasladado a Santiago sin aviso ni autorización alguna. No puede ser –le alegué a uno de mis jefes- por cuanto soy cónsul honorario y no tengo obligación de residencia; difícilmente podrían sancionarme si no me pagan. Hay una confusión -le digo-. Bueno, aquí dice que Ud. abandonó su puesto, -me dice-. Quedo preocupado, pues estoy buscando un nombramiento en el escalafón hace años, y este aparente cese no resulta un buen augurio. Mientras intento aclarar qué será de mi futuro laboral, sentado en un banco de la plaza Santa Ana, extraigo del bolsillo de mi chaqueta dos sobres que recibí esta mañana. Uno de ellos proviene del Servicio Consular y contiene... mi nombramiento en propiedad en el cargo de cónsul en Zamboanga, fechado la semana pasada. El otro sobre contiene una carta de mi amigo Efraim Goldstein, cónsul de Jamaica en Teherán, fechada hace tres meses y que fue recibida en el Ministerio. Conocí a Efraim en Bahía Cochinos, cuando ambos estábamos descargando refrigeradores alemanes en la playa por encargo de unos contrabandistas de La Habana, y nos vimos atrapados por el fuego cruzado. Se armó una batahola y Efraim, de rasgos más bien europeos, fue confundido por los gringos con alguno de los miembros de la elite blanca isleña que estaban por allí en calidad de ayudistas, y con gran sentido de oportunidad agarró un rifle que soltó un gringo alcanzado por un tiro revolucionario y tomó posición tras un cocotero. Fue la última vez que estuvo en Cuba, aquel hermoso país que lo vio nacer y que lo cobijó en el orfanato San Ángel hasta la edad de quince años. En efecto, Efraim hubo de regresar con las tropas a Miami y cuando los marines se dieron cuenta que no era uno de ellos ni tampoco gusano, no supieron qué hacer con él y, ante el riesgo de ser devuelto a Cuba donde bien pudo enfrentar el paredón por su participación en la gesta marrana, se acordó de que algún pariente lejano pasó por Inglaterra; e invocó en el acto su ciudadanía británica. Se hizo consultas telefónicas, con Efraim al borde del muelle, esperando con sus pilchas, y cuando advirtió por el ademán del oficial a cargo que sería devuelto a la isla, instintivamente saltó al agua, yendo a caer en la cubierta del Royal Ordenance Ship, un barco carguero jamaicano que en ese momento zarpaba. Viajó como polizón y, una vez en Kingston, se las arregló con los dones característicos de su estirpe y obtuvo un primer y modesto puesto en el servicio consular.
Efraim aprendió inglés en el orfanato, donde el régimen de Castro Ruz confinó a todos los hijos de gringos que cayeron luchando en el bando de Batista. Sin embargo, los padres de Efraim no eran norteamericanos, eran judíos que vinieron a La Habana desde Srebenica, que creo queda en Los Balcanes. El caso es que a sus padres, que frecuentaban a furibundos macartistas, “los agarró el turbión” y por ahí quedaron sepultados a medio camino entre La Habana y Santiago de Cuba, adonde intentaron llegar para pasar a Guantánamo. Para evitar que en caso de huida del orfanato estos niños se mezclaran con la resistencia interna, el régimen revolucionario les contrató profesores angloparlantes nativos, reclutados quizá erróneamente en Texas, con lo que una nueva oleada de macartistas encubiertos arribó a la isla e inculcaron a nuestro amigo una cierta intolerancia que, afortunadamente, ha ido perdiendo con los años. Efraim, hijo único, se fugó del orfanato a los quince años y alcanzó a trabajar en el contrabando cerca de un año, cuando ocurrió el incidente de la Bahía. En ese lapso aprendió algo de castellano, que luego matizó y terminó de estropear cuando estudió a Spinoza, el sabio sefaradí refugiado en Portugal y que enseñó en Holanda.
Su carta me sorprende. Me cuenta cómo antes de obtener el puesto en Teherán se convirtió al hasidismo, una vertiente ortodoxa del judaísmo, cuyos fundamentos hubo de estudiar por correspondencia, ante la negativa de Tel Aviv de becarlo para estudiar en Jerusalén, por causa de sus dudosas credenciales hebraicas. Más de algún problema, me cuenta, le ha traído su conversión ahora que está destinado a Teherán. La misiva continúa:
“Aprezado amico: desesperé cuando el mio governo me obligó la semana já passada, para asistir a uma conferença del presidente de este país. Iba a me bater con meus puños con algums de los oradores, mas me contuve por recordar que estou representando al governo de Jamaica. Voce sabe que meus superiors en Kingston me encomendaron difundir la “cultura jamaicana”, e me tienem obligado para aprender um baile e uns cánticos que eles dizem “reggae”, que están opuestos para mi religión, mas como diz vosotros, que una necesidad tiene cara de un hereje, non posso deixar este puesto, porque de aquí estoy obteniendo el sustento mio. Entonces, de aquí que eu estava la semana já passada nel Teatro del Campus de las Artes de la Universidade de Teherán, e hube de poner muito óleo en los meus cabelos para simular que eles estavan pegados a la maneira de los rastafarris. E assi foi que estuve tentando cantar e rasgando la vihuela, como voce me pode ver nela fotografia que eu estou mandando. Devo confessar que eu já estava entrando en entusiamo, cantando um aire que eles dizem de un siñor Marley, foi como si estivesse levitando, possívelmente por causa de uns cigarros de cannabis sativa que me emprestaron porque eles son el perfeito complemento de este arte, mas aconteciu que nesse momento apareciessen los soldados que les tem de nombre "guardianes de la fe", e me han apressado porque dizeram que já los Ayatolas dizeram que agora nengúm está paermitido para escolhar esta música nesta terra.
Dilecto amico, Usía me tiene de fazer un favor, mas non diga cossa alguna para meus superiors, porque eles van a deixar a la persona mia sem labor para assim non tener problemas con este regimen governante. La cossa que eu necessito é que tú mande una poquita quantidade, que equivale como a 500 libras jamaicanas antigas, para pagar la fianza que me tienen imposta, para así eu poder sair de esta prissión. E eles dizem que debe ser pronto, porque en el inicio del ramadán buscam prissioneiros para los dar a la multitud e estos le escarmentan su herejía con palos e pedras.
Se la mia persona non sobrevivesse a aquel escarmento, mande Vs. esta minha foto para la Dirección Consular en Kingston, como prova que eu encontrei el infortunio mentras estava laborando, e assí bem-guardar mi nombre ante meus superiors. Muitas gracias, eu quedo obrigado com vocé”.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Observo con gran interés la sucesión de aventuras que tienen los cónsules, y ello porque se orienta a amplificar la dimensión mundana, que por cierto es muy provocadora,dejando la sensación de su inconmensurabilidad; sus colores, texturas y disfraces, constituyen interesantes muestras
retratadas en las vivencias de estos hombres, que vuelven la globalización tecnocrática apenas en un fetiche mal representado, versus el amplísimo mosaico de sensaciones que surgen al seguir la retahila de aventuras que viven estos jocosos personajes.

Anónimo dijo...

Pues, vaya la habilidad de los cónsules para meterse en problemas. Me hizo gracia.

Anónimo dijo...

Desconocido pero entrañable señor Gálvez:
He leído con no poca algarabía sus escritos en este medio, dando cuenta de sus aventuras y desventuras a causa del servicio diplomático en las Filipinas, país que no tengo el gusto de conocer, pero que imagino exótico, de acuerdo con su versión y con otras que he tenido a la vista y que luego se las comentaré. De sus palabras puedo colegir el placer que le reporta el trabajo del servicio exterior, cuestión que no me llama enormemente la atención dado el hecho que, por extrañas coincidencias, tanto vuestra vida como la mía han estado marcadas por el mencionado sino.
En efecto Eleuterio ( dispénseme el rapto de confianza), mi abuelo Eugenio sirvió en la embajada chilena en Río de Janeiro entre los años 1942 y 1944, siendo a la sazón embajador don Gabriel González Videla. El suyo ( de mi abuelo, se entiende) fue un cargo del menor rango, no obstante, su estadía en la mencionada le sirvió para granjearse la amistad tanto del ya señalado embajador como de tantos otros correligionarios de aquel tiempo, cuestión que por aquellos años era trofeo tan preciado como la posesión de valores inmobiliarios. Y así fue que, de vuelta al país, a mi abuelo le fue encomendada la patriótica ( si se permite el eufemismo) misión de colectar fondos con el objeto de erigir algunos de los tantos monumentos a la memoria de don Pedro Aguirre Cerda. Preferiría omitir detalles sobre las resultas del particular encargo entregado a mi abuelo, pero lo cierto es que hacia 1947, y de acuerdo a lo que refiere mi padre, Tolentino, la familia hubo de partir a otra misión diplomática, ahora en Bélgica, ahora si con mi abuelo ostentando un cargo algo mas elevado, mas no de carrera, como así él lo deseaba y deseó hasta el día de su deceso, ocurrido en Bucarest por el año 1971. Pero bueno, para que marearlo con tanto dato ilustrativo (aunque sospecho que usted no le hace el quite a lo particular sobre lo general), si al fin y al cabo lo que pretendía explicarle era que así como su vida ( la suya Eleuterio) , la mía ha estado marcada por una especie de determinismo, si me vuelve a permitir, ahora el neologismo; proto- diplomático.
Largos años transcurrieron para mi abuelo en dicha destinación, tantos como para que el olvido cubriera con polvo ( y en algunos casos con mera tierra de camposanto ) su permanencia en aquellas latitudes. Lo cierto es que cierta mañana de 1960, algún funcionario de menor orden del Ministerio de Relaciones Exteriores en Santiago descubrió que un tal Eugenio Oliveira Salazar recibía mensual y religiosamente su remuneración como cónsul adjunto en el Principado de Limburgo. Para entonces, mi abuelo había enviudado y vuelto a casar con belga ( lo que se prestaba para bromas de dudoso gusto) y mi padre ya había enviado a su hijo ( mi padre) de vuelta a Chile para que cursara sus estudios superiores y, por sobre todo, para que le permitiera disfrutar de su belga a sus anchas.
Insisto en intentar resumir la historia y llegar al punto en que vuestra vida y la mía se entrecruzan o, mas bien, se relacionan de manera tangencial o perpendicular, vaya a saber usted. El caso es que el abuelo Eugenio fue licenciado del servicio exterior sin ninguna pompa y con escasa circunstancia; y con el objeto de cubrir con olvido el gazapo cancilleril, se le otorgó un dudoso rango de cónsul honorario de la República de Chile en la ciudad de Weert, lugar en donde depositó sus huesos hasta que la muerte lo sorprendió en Rumania, en uno de sus viajes como geronte subsidiado por el estado holandés. Desde mucho antes de su muerte, mi padre y yo sólo recibíamos noticias cada tanto respecto del estado del vejete que, aún a sus años, se daba maña para sacarle lustre a la belga, ( no se permite el chiste, evite la vulgaridad) bastantes años menor que él.
Es a causa del deceso de mi abuelo que el azar nos une en estos trances diplomáticos mi querido Eleuterio ( dispénseme nuevamente el arrebato de confianza). Y tal es así que, en circunstancias de la vacancia del consulado en la ciudad de Weert, fue la comunidad en pleno ( las fuerzas vivas de la ciudad dirían algunos) quien solicitó al gobierno de Chile el nombramiento de otro cónsul honorario, sugiriendo que, de ser posible, se nombrara al hijo de don Eugenio Oliveira.
El año 1972, en Mayo, Tolentino , mi padre, asumió en pleno el cargo, sin conocer la ciudad, y sin hablar un bendito carajo de holandés, flamenco o limburgués. Vivió sólo, durante ocho años hasta que mi madre, aburrida de ser la esposa de un representante consular minúsculo, que le enviaba cada tanto una ridícula suma para su manutención, olvidó su orgullo y se despachó rumbo a Europa con tan sólo algunos bártulos y mis dos hermanos menores, dejando a este servidor a merced de las vicisitudes y estragos que causan las circunstancias de ser un cero a la izquierda ( lo reconozco, soy un inútil empedernido) estudiando una carrera de pronóstico reservado como era a la sazón la Licenciatura en Historia.
Lo dramático mi amigo Gálvez (ídem, íbidem) es que, transcurridos los años y puesto en el trance de la nada lamentable muerte de mi progenitor ( en esencia era un caradura que falleció de un infarto mientras se solazaba con su secretaria Nadia en el despacho del consulado), he sido llamado, esta vez por el Alcalde la ciudad de Weert, a llenar el cargo dejado por mi padre, eso si, con el traslado con cargo a mi fortuna, que de momento ( y en todos los momentos) es tan exigua que escasamente podría llegar hasta La Ligua.
Como puede ver mi queridísimo amigo, la situación es particularmente ridícula y se entronca con su historia como la prolongación de un sino al que es imposible resistir, pero que, por las circunstancias actuales ( y las de ayer y las de hace un año o más) me es improbable su cumplimiento, al menos de forma tempestiva. Así como usted se ve envuelto en avatares de insospechadas consecuencias a causa de su condición hereditaria, yo me hallo en el trance de recibir una oferta para cumplir con mi designio vital, pero impedido de darle curso al oráculo. Por eso, a veces consulto el i- ching.
Finalmente mi amigo ( ya no pido excusas por el exabrupto de solicitar su amistad, como puede ver), y dada su experiencia en la diplomacia, quisiera formularle una pregunta: Será razonable solicitarle al Estado holandés que a cambio de la representación consular chilena en Weert, me otorgaran una de ellos, en calidad de honorario por cierto, en la ciudad de Papudo, que es donde ahora resido?.
Agradecido espero y emocionado lo abrazo

Fernando Oliveira

PD: Mis referencias acerca de Zamboanga vienen de parte de un queridísimo amigo, Raúl Figueroa ( el chico Figueroa) quien residió por unos 5 años en Recodo, a unos 15 kilómetros de la mencionada. Cuando le pregunté si conoció a algún chileno en Zamboanga, cambió de conversación y me relató acerca de un viaje a Malawi, tan de moda en estos días.
PPD: Por otras coincidencias, el ya señalado Figueroa me indicó que si conoció a un tal Efraim en Kingston, pero, a contrario de lo que sostiene en el texto leído este Efraim era un reconocido contrabandista de marihuana y ferviente consumidor de cannabis índica. Cuando inquirí más detalles, Figueroa sólo apuntó que el tal Efraim se podía ir, cuando lo quisiera, a la mismísma raíz cuadrada de la madre que lo parió. Literal.

Eulalia dijo...

Señor mío,
Insisto en que los capítulos son un poco largos para este medio pero, como me estoy haciendo la cena, entre ir y venir a la cocina me lo paso estupendamente con su conocimiento de los diversos modos de hablar el español.
No sé que nos pasa a los de este lado que nos seduce la manera que tienen ustedes, los de la otra orilla del Atlántico, de narrar.
Me gusta usted.
Un beso.

Anónimo dijo...

Estimado señor Gálvez, mi nombre es Susana.
Me sorprende la forma tan apasionada en la que escribe. He estado leyendo la historia desde el principio, mas no he dejado ningún comentario, debido a que mi tiempo libre es muy escaso, y apenas y tenía tiempo para entre a momentos terminar de leer un solo capítulo. Me sorprende la facilidad con la que los cónsules tienen problemas, debe ser un trabajo muy difícil, debido a que como no estoy estudiando derecho, se me hace un poco complicado entender el tema, pero no por eso se me hace aburrido, me da curiosidad el averiguar algunas cosas, y cuando hay algo muy difícil, le consulto a mi hermano, Sebastián, cualquier duda que tenga al respecto.
Creo que sin más que decir, únicamente que pronto suba el siguiente capítulo, que estaría encantada de leer, se despide una de sus más fieles admiradoras, como también lectora,
Susana.