jueves, 16 de noviembre de 2006

Sobresaltos de un Tasador

No hay esperanzas. El legajo con la apelación a mi salida forzada del Cuerpo Consular se extravió y no hay, me entero, respaldo informático. Habrá que ingeniárselas al modo antiguo. "Más discurre un hambriento que cien letrados" dice un sabio nacional, reconocido por sus máximas que ayudan a enfrentar el frío estival costero. Veremos.
Encontré un empleo. Temporal. Le entregué el departamento en arriendo a una Corredora para quien trabajé un verano, muchos años atrás. En aquel tiempo juzgué oportuno seguir un curso de tasación de inmuebles y ahora, pese a haber olvidado hasta lo elemental, me han pedido que practique un par de tasaciones complejas.
La primera es una gran, gran casa en Lo Curro, con cava de vinos subterránea, escondida en su bosquecillo privado, que me superó; valdría, supongamos, una millonada, y así lo consigné. "Dos millonadas, como mínimo", corrigió el dueño.
Me despedí y caminé once cuadras para tomar transporte público de regreso, pese a que la casa (lo sé porque así lo consigné en el informe) se sitúa en el área urbana de Santiago. Los jardineros y empleadas domésticas que a esa misma hora estaban de salida fueron mis compañeros de viaje y me resigné a disfrutar de la selección melódica del chofer, que nos regaló cumbias y baladas (así les llaman).
La segunda es una casona donde funciona una pequeña clínica siquiátrica, cerca de Plaza Ñuñoa. Me recibió el Director y me condujo a la Sala de Espejos. Saludé a algunos médicos y enfermeros y trabamos amena charla sobre distintas clases de cigarrillos (de entrada uno de ellos me pidió que le convidase, pero ya no fumo; me extrañó la petición, tratándose de un establecimiento de esta clase).
-¿Quién autorizó esto?- irrumpió con acritud un sujeto que parecía embelesado con su propio porte y cargo.
Desconcertado, pregunté con la mirada a mis contertulios si se trataba de un paciente suelto, pero todos se pusieron de pie y salieron en silencio. Momentos después entró quien yo creía el Director y el Embelesado lo recriminó, le espetó que su condición de ayudante es un privilegio y que no se extralimite; de lo contrario, no se le permitirá la entrada al sector de oficinas, debiendo permanecer para siempre en el pabellón. "Para siempre", le repitió, clavándole el pulgar en el pecho.
Por supuesto me presenté y el Embelesado, ahora devenido en malagestado, me indicó rápidamente la disposición general del inmueble, mostrándome un plano fijado a una pared; "lo dejo, para que trabaje tranquilo", arguyó.
Estuve un par de horas en el recinto y volví a cruzarme con algunos de los supuestos médicos y enfermeros, pero escondieron la mirada. Conservaba la casona rasgos de un esplendor añejo: puertas de roble, pasamanería de bronce y fierro forjado, especialmente hermosa me pareció la escalera que conducía del hall a la oficina del Director. En fin, terminé mi trabajo y me dispuse a irme.
A la salida me encontré con un guardia distinto del que me recibió; supuse que se produjo un cambio de turno. "Adiós", le dije, caminando resueltamente hacia la puerta.
-Epa-, me dijo el tipo, con uniforme y sombrero estilo guardabosques del Oso Yogui; -a qué hora lo vienen a recoger?-
-Qué recoger ni que nada, me voy solo- respondí ridículamente.
-Aquí ningún interno se manda solo- me dijo.
-Soy el tasador y me voy ahora- dije mientras sacudía vigorosamente una puerta de reja que me separaba del portal, cuyo estruendo me devolvió, si cabe la expresión, una imagen poco digna de mi persona.
El Embelesado, atraído por la algazara, zanjó así la discusión con toda amabilidad: "mire, muéstreme su credencial y se va".
Iba a contestarle que por qué no se iba mejor al regazo de su madre, aunque preferí explicarle que, circunstancialmente, en esa ocasión no portaba credencial alguna. Mis compañeros de charla, los supuestos médicos y enfermeros, terciaron en la discusión y me apoyaron con decisión y, se diría, hasta con bravura, desde que empezaron a arrojarle almohadas y otros objetos un poco más contundentes al Embelesado, quien optó por refugiarse tras el guardabosques. En ese momento se bajó de un taxi un gordo de aspecto simpático, de traje y corbata roja, con nariz al tono. Todos callaron: este sí parecía ser el que manda. Sacó gran llavero, escogió con lentitud las tres llaves necesarias y abrió la reja. Entró, volvió a cerrar, miró los destrozos y dirigió una mirada reprobatoria al Embelesado. Comenzó a subir por la escalera.
El gordo se asía firmemente del pasamanos de bronce y aspiró con dificultad. Subió unos peldaños más y se volteó.
-No los puedo dejar solos ni un rato- regañó.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Señor Cónsul: Veo que también pertenece a la ralea de los que incurrimos alguna vez en el rubro inmobiliario. Tal como usted, yo lo intenté, precisamente antes de ingresar a aquella dudosa fábrica de galletas. Los resultados fueron infaustos y mi inversión se fue en zapatos, gasolina, carteles y cuentas de teléfono. De mis socios, mejor ni hablar, fueron ellos los que me pidieron explicaciones.
Escúcheme Gálvez, el rubro parece sencillo, pero encierra trampas y desiluciones.No lo intente.
Estaré en Santiago, pues debo reunirme con un conocido suyo, Egidio Garabito, para infortunio mío, otro tipo extraviado que reincide en cuestiones relacionadas con la comunidad de males.
Esto lo puedo decir porque Adriana no se encuentra conmigo y , porque al fin y al cabo usted debe colegir que exagero.
A ver si logro entrevistarme con usted para cantarle las cuarenta.
Solís

Eulalia dijo...

Por Dios, Cónsul,
Te has metido en un río lleno de pirañas. El negocio inmobiliario sólo se adecúa a temperamentos dispuestos a TODO, y a mí me da que, con todo tu cinismo, ahí no harías carrera.
Lo del psiquiátrico me da escalofríos: ¿cómo se te ocurre meterte en semejante lugar sin los correspondientes certificados médicos: es que no habías leído el cuento de Gabo?
Un beso

Eleuterio Gálvez, el cónsul temerario dijo...

Sr. Solís: ambos pertenecemos a la misma ralea o; mejor, Ud. pertenece a una ralea idéntica a la mìa, paralela, pero no igual; ¿me explico?
Sr. Solís: no es lo mismo ser turbio que oscuro, pese a todo lo que pudo haberle enseñado Bernales. A ver si uno de estos días afloja el dosificador y nos explica de una vez en qué consistió el trabajo o negocio que aquél le propuso. Eulalia y quien suscribe se lo agradeceremos.
Gálvez.

Eleuterio Gálvez, el cónsul temerario dijo...

Queridísima Eulalia:
Mi caso no fue tan dramático como el del cuento, pues no alcancé o no tuve tiempo de pedir un teléfono (aunque estuve a un trís de entrar en pánico). Podrás pensar que hay algún adorno en este cuento y no te lo negaré. Pero los hechos esenciales, en esta ocasión y en esencia, fueron rigurosamente posibles.
Besos,
Eleuterio.