domingo, 12 de noviembre de 2006

La Licenciada Peredo

En estos trances uno siempre confía en la Providencia. Mi apelación en que pido se revoque mi expulsión del servicio consular aún no ha sido resuelta y, sin embargo, he puesto en alquiler mi departamento, ante la inminencia (así quiero creer) de una nueva destinación, que creo merecida, aunque por ahora resulte un poco esquiva... o talvez mi futuro laboral esté ligado al negocio que me ofrece el Licenciado. Bueno, ya veremos.
Por ahora, debo contarles quién fue la Licenciada Peredo.
Decíamos que cuando llegué al hotel, me encontré con un mensaje de la Licenciada, invitándome a un conocido karaoke del Segundo Anillo. Nos conocimos en el avión de Santiago a Santa Cruz. Ella venía de hacer compras para la cadena de farmacias familiar en laboratorios de Santiago, que son filiales de laboratorios brasileños o mexicanos, que a su vez responden a grandes conglomerados de ignota ubicación. Mi hija me dice que así es la globalización. Bueno. Lo cierto es que la inmensa grupa de la Licenciada ocupaba, además de su asiento, un tercio del mío. Esto me produjo durante todo el viaje una leve molestia, matizada o francamente opuesta a la agitación que su cercanía inevitable me provocaba. Pensé en un momento que sus grandes dimensiones obedecían a alguna causa mórbida, mas pronto despejé la duda cuando, preso de la impaciencia, decidí averiguar de algún modo si el tono muscular de sus posaderas daba cuenta de una rigidez comparable a la que su contacto obligado me provocaba. Pues ocurrió que ella, al dormirse, se arrimó aún más a mi por entonces atlético cuerpo, de modo que, obrando en consonancia, dejé (ella diría, luego, que puse) mi mano sobre mi asiento, pero en franco curso de colisión con sus asentaderas que con voracidad se iban apoderando de cada centímetro de mi sitial. Hasta que el momento llegó. Triunfal y cumplidamente, mi mano quedó como sosteniendo su maciza humanidad que, oh paradoja, surcaba leve en ese instante los cielos del altiplano, tal vez sobrevolando el Uyuni. Actué como una mezcla entre Atlas y Dionisio y pude entonces comprobar cómo no había en aquella porción de su fondillo la más mínima blandura o debilitamiento. No. Era todo de una fibrosidad sorprendente, un paraíso de abundancia y firmeza de carnes como no había conocido. “Es el clima tropical” me explicó, sin más, cuando despertó, sabedora del tenor y objeto de mis averiguaciones, mientras me pasaba su tarjeta y se unía a un grupo de dos o tres amigas para descender juntas del avión, al término del viaje.
Al día siguiente la llamé, sin encontrarla. Pasaron algunos días y, casi olvidado el episodio (mentiría si dijera simplemente “olvidado”), recibí su mensaje al retorno de la visita al predio de Gonzalino.
Un rápido duchazo, perfume, taxi y ahí estaba, frente a un local polifuncional: banco y cervecería en la planta baja y gran karaoke en toda la planta alta.
La Licenciada Peredo, de pie en un bien montado escenario, sólo me miró condescendiente, sin dejar de cantar “Ay, Jalisco, no te Rajes”, con una vitalidad que se constituyó en, otra vez, motivo de sorpresa, mientras giraba hacia otro sector del local donde no pocos asistentes la escuchaban con franca atención.
Con un cerrado aplauso concluyó su interpretación y vino a mi encuentro, resuelta y con gracia. Me saludó afectuosa aunque rápidamente y me llevó de su mano a una mesa cercana. Era, sin duda, grande y resuelta; y aquella noche estaba hermosa.
Cuatro varones y ninguna otra mujer acompañábamos, aquella noche, a la Licenciada Peredo, grande, resuelta y hermosa, en ese conocido karaoke del Segundo Anillo.
(continuará).

6 comentarios:

Eulalia dijo...

(Siempre tengo que borrar la primera frase porque me sale el "usted" americano, en lugar del tuteo de acá)
Bueno,
Pensarás que miento o invento, pero la ÚNICA vez que he estado, en toda mi vida, en un karaoke, fue en Santa Cruz.
Era una planta baja un tanto lúgubre, y yo iba con un grupo de compañeros de trabajo, representantes de toda la América Latina.
Se empeñaron en que cantase. Fue un trance tal que me dio un ataque de risa.
Luego, un uruguayo arrogante me sacó a bailar el tango que cantaba un argentino, y ahí pude - no es presunción - dejar el orgullo patrio mejor parado, entre otras cosas porque el tal me llevaba en volandas la mayor parte del tiempo.
Señor, qué tiempos (Hará unos cuatro años).

Me preocupa tu inseguridad laboral, pero veo que tienes familia que puede ayudarte si la cosa se pone grave.

Un beso.

Eleuterio Gálvez, el cónsul temerario dijo...

Cuatro años... pues bien pudimos encontrarnos... mi editor anduvo por allí a fines del 2001.
Ub beso
Eleuterio.

Anónimo dijo...

Dilecto Cónsul: Vuelve usted a sorprenderme con sus relatos, a pesar del tiempo que tardó su entrega. No me cabe duda que será repuesto en su cargo y volverá a Zamboanga o, en su defecto, a un lugar digno de su nombre; a menos que desee recaer en sus andanzas amorosas. Comparto con usted la preferencia por la rotundidad antes que la anorexia. Haré un salud por usted en este puerto, en el que aún no logro reunir la suma para adquirir mi licencia para ejercer en propiedad un cargo consular. No obstante, he sostenido reuniones con las llamadas fuerzas vivas de la ciudad quienes me han instado a no desfallecer.
Eterna gratitud por sus consejos
Oliveira

Eulalia dijo...

Será difícil que vuelva por las Américas - salvo a Buenos Aires, mi Meca particular, a donde aún no pude poner pie - porque cambié de Departamento Ministerial, pero en una de esas igual me mandan a Santiago, quien sabe...
Y si usted se apea en Madrid, no deje de avisar.
Un beso.

El chicharrero terrible dijo...

No pare de escribir consul, otro lector se suma a sus letras.
¡Magnifico relato por entregas, me tiene ud. atrapado!

Eleuterio Gálvez, el cónsul temerario dijo...

Distinguido Sr. Oliveira:
No desfallezca, que hay razones para pensar que, en su caso, la velocidad de caída se mantiene estable.
No todo es malo, estimado: también hay cosas peores.
Se despide attsmo. s.s.s.,
Eleuterio Gálvez.

Distinguido Sr. Chicharrero:
Novedoso me parece su blog y ya me apunto como su lector.
Gracias por su visita.
Atentamente,
Eleuterio.