sábado, 9 de diciembre de 2006

Buscando Ayuda


Esa mañana, luego de chequear mi identidad, los policías habían decidido, de momento, excluirme de sus indagaciones. Conseguí algo de ropa y chocolates para la Licenciada y la visité en la comisaría de la Policía Técnica Judicial (PTJ). Vestía aún su gran bata púrpura y contestaba con desdén a las indicaciones del comisario.
-Es importante mantenerse tranquilo-, me dijo al oído mientras le besaba la mejilla.
-Sí, pronto saldrás de esto- contesté.
-No. Me refiero a otra cosa. Luego te explico.
En ese momento entraba el fiscal, Justiniano se apellidaba y rápidamente ordenó mi salida y la de otros visitantes. Un policía me entregó un papel, "de parte de la Licenciada", me dijo, sin dejar de escrutarme y tardando más de la cuenta en la breve acción. Por fin soltó el papel y lo guardé, lo más rápido que pude, maldoblándolo. El crepitar hizo levantar los ojos al fiscal. También me miró la licenciada. Me sonrió. Salí.
Mi corazón se desaceleró sólo después de la segunda cerveza, en un chiringuito a tres cuadras de la PTJ. No me atrevía a mirar el papelito. Me atreví. "El maletín del Dr. Vaca Díez está en la baulera de mi auto", decía escuetamente.
¿Qué hacer? ¿Qué quería la Licenciada que yo hiciera?
Como autómata entré al estacionamiento del motel, donde aún estaba su auto. El encargado me entregó las llaves sin preguntas.
El auto era un "transformer", importado desde Japón con poco uso, con el volante a la derecha de fábrica y cambiado a la izquierda junto con los pedales, de manera artesanal. Por este motivo, los marcadores quedaban frente al copiloto y cuando la Licenciada había querido revisar el combustible a la salida del karaoke, apoyando su mano en mi pierna para observar mejor el marcador, no pude evitar imaginar que se aplicaría a una fellatio sin preámbulos. No fue así.
Salí raudo, y me estacioné en las cercanías. El maletín del Dr. Vaca Díez sólo tenía implementos propios de su profesión. Estaba desconcertado. Revisé nuevamente el papelito y reparé en un doblez. "Si no podés, por favor buscá un especialista", decía.
No conocía prácticamente a nadie y la Licenciada, según el telediario, había sido formalizada por homicidio esa misma mañana. Se mencionaba que fue detenida en compañía de un extranjero, a quien, por ahora, no se identificaba.
Encerrado en mi habitación, trataba de pensar. Me sobresaltó el teléfono. Era el Licenciado Adulón invitándome a unos whiskys.
-No tomes a mal nuestra conversación de anoche, hermano, nadie quiso ofender a nadie; son cosas de hombres.
No quise que el Licenciado sospechara y acepté. Me recogería en mi hotel a las nueve de la noche. Antes, debía encontrar ayuda, algún especialista, como decía la Licenciada o, por lo menos, alguien de mi absoluta confianza. Revisé concienzudamente mi arrugada agenda, aumentada con innumerables sobres y papelitos y al fin lo encontré. "Alberto Santoro, investigaciones privadas" rezaba su tarjeta, junto a un número telefónico en Buenos Aires. Disqué de inmediato.
Conocí a Alberto en Santa María, mi primera destinación consular. Un poco mayor que yo, era liquidador de seguros de la marina mercante, "si se te pudre el cargamento de bananas, yo puedo determinar cómo y cuándo falló el equipo de frío, si fue accidental o por negligencia del encargado", se ufanaba. "Las bananas deben mantenerse entre 11 y 14 grados celsius", agregaba. Cuando se retiró, abrió su oficina de investigador privado, con algún éxito.
Al primer intento, nadie contestó. Me intranquilicé y miré por la ventana, a la calle. Frente al hotel estaba estacionada una patrullera y dos policías conversaban. ¿Tal vez la Licenciada se hizo acompañar deliberadamente por mí para luego culparme? ¿Qué podría significar, o que podría contener el maletín del Dr. Vaca Díez? Estaba perdido.
Volví a discar y al tercer intento me contestó una voz recia, de malevo porteño. Era Alberto y me reconoció de inmediato. "Necesito tu ayuda", clamé.
Me explicó que ya estaba retirado, que estaba enfermo y que cuando pasara por Buenos Aires lo visitara. "Alberto, si no me ayudas, es probable que no salga de Santa Cruz en por lo menos veinte años", insistí.
Le expliqué la gravedad de la (mi) situación y al fin accedió. Quise hablarle de sus honorarios y me interrumpió, "si salís de ésta, me pagás", se rió. Quise reírme.
Alberto llegaría en Aerolíneas Argentinas al día siguiente, a las dos de la tarde.
Fuertes golpes a la puerta me sobresaltaron y tropecé. Eché de menos el papelito. ¿dónde estaba? ¿en mi bolsillo, en la mesa de noche, dónde? Lo busqué frenéticamente, en vano.
-Abre, cabrón-, escuché la inoportuna voz del Licenciado Adulón.

8 comentarios:

Eulalia dijo...

Cónsul,
nada más lejos de mi intención que distraerte de tus negocios, pero, ¡por Dios!, si no escribes con más dedicación la historia terminará cuando ambos estemos en sendas residencias de ancianos.
No sé si prefiero que me leas o que escribas para leerte.
Un beso.

Anónimo dijo...

Creia que era de esas historias que andan por internet y que quedan inacabadas.
Muy buena
Saludos

Eleuterio Gálvez, el cónsul temerario dijo...

Queridísima Eulalia:
Concienciadamente te digo: negocios no, sólo trabajo, es lo que me ha apartado de la blogósfera.
Intentaré dejar hoy adelantados un par de capítulos; así los "dosifico" durante la semana, ¿qué tal?
En cuanto a lo de terminar en un hogar escribiendo, me parece un excelente panorama.
Besos,
Eleuterio.

Anónimo dijo...

Si, creo que Eulalia tiene razón, nos tienes es ascuas muchos días...

Creo que estás metido en un buen lío. Esa mujer...no me fio de ella.

Un saludo, cónsul

Eulalia dijo...

Pinochet ha muerto en la cama, como Franco.
Brindo por su desaparición: bichos como ese contaminan el aire que respiramos la gente de bien.
Un abrazo desde aquí: Chile se ha librado de un monstruo.
Y besos, como siempre, Cónsul.

Eleuterio Gálvez, el cónsul temerario dijo...

Valeria:
La Licenciada, como toda dama, merece a lo menos el beneficio de la duda, por muy micifunezcos que sean sus gestos.

Eulalia:
Hace un montón de años, me prometí champagne para esta ocasión. Sin embargo, no hay por qué brindar: los Tribunales tardaron tanto, que el sujeto no alcanzó a ser condenado. Sólo queda la justicia divina, para los creyentes.

Eulalia dijo...
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
Eulalia dijo...

Por Televisión Española hemos podido ver cómo los pinochetistas agredían a la corresponsal y gritaban "Españoles, hijosdeputa", ante la pasividad de las fuerzas del orden. Nos sentimos orgullosos de semejante insulto de boca de los tales.

(También hemos podido ver cómo estas mismas fuerzas se enfrentaban a los manifestantes demócratas).

Muchos de nosotros consideramos un honor que haya sido un español el primero que solicitó el procesamiento del generalucho.

Que haya tenido que morir en arresto domiciliario y despojado de toda gloria debe ser un motivo de satisfacción para ustedes.

Un beso.