martes, 8 de abril de 2008

No Era Como me lo Habían Dicho (Vacaciones en Cuba 1)


Antes de seguir, una noticia: habrán notado que me entretengo y no termino la historia de la Licenciada Peredo. Efectivamente, se me escapa el hilo conductor y yo, aun sin ese cordel, me enredo. Podrán imaginarse lo gorda que estaría la historia si la continuase en tal estado. No. Antes de seguir pondré orden en esa confusión, para no dar chance a eso que creo llaman entropía.
De lo que quería hablarles ahora es, como no, de mis vacaciones. Mis lectores ibéricos recordarán que nuestras vacaciones estivales, acá en el sur, son .... en el estío, pero del sur, de modo que les contaré a continuación de cómo fui a pasar frío en La Habana. Y claro, por tropical que fuese, según yo creía entender, la isla no deja de estar en el hemisferio norte, y si podía estar expuesta a un raro vendaval proviniente del norte, pues justo era que me tocase en suerte. Tuve, entonces, ocasión de noticiarme cómo cuando existe una alta presión en el Golfo de México, se produce una especie de envión de agua (así lo entendí) que se va a estrellar al malecón de La Habana, haciendo subir el nivel del mar dos o tres metros, de modo que las olas reventaban en medio de la calle, en un inquietante pronóstico de lo que podría venir con el gobierno de Raúl.
Bueno, lo primero fue la llegada a la Habana. El aeropuerto era moderno como el que más, con un movimiento reducido que contribuyó a un trámite expedito. No era como me habían dicho. La oficial de inmigración que me atendió era muy buenamoza, pero quedé de veras sorprendido cuando dulcemente y como quién habla del tiempo, me preguntó si "había venido muchas veces". Computé lo más rápido que pude con las dos o tres neuronas que el cigarrilo me ha dejado y atiné a decir algo sin pestañear: "no, es mi primera vez". Todo, mientras de reojo veía titilar una lucecita roja en la camarita que me fotografió por encima de ella. O sea que a esas alturas ya era sospechoso de ser visitante asiduo de la isla, el régimen tenía mi foto y de seguro también mis huellas dactilares. Todo con una sonrisa caribeña que me habría hecho estremecer, de inquietud, si no fuera porque en un momento creí realmente que la oficial me sonreía a mí, Eleuterio, y no al visitante asiduo, aunque luego me tuviese que interrogar en un cuarto espejado o algo así. Todo eso pensé por culpa de las malas recomendaciones que me dieron mis colegas de derecha (o sea, mis colegas), pero al final no me pasó nada. De hecho, nunca nadie más se preocupó de mí, incluso cuando salí del aeropuerto y pasé casi dos horas esperando el bus que me llevaría al Hotel Habana Libre: ni aunque hubiese dicho "muera Fidel" me habrían tomado en cuenta. No era como me habían dicho.
En el estacionamiento del aeropuerto sólo había un par de Ladas 2107 y uno que otro Chevrolet Bel Air de los '50, y al fin acudió a recogerme un modernísimo bus chino, marca Yutong, cuya guía descargó la responsabilidad por el retraso en un complicado entramado funcionarial. Yo no quería meterme a criticar a funcionarios cubanos, sino simplemente quejarme por la demora. No faltaría más. Mi quejita fue amarga y cuando noté que fue correspondida con malas caras, (seguro que por mi insistencia) y creyendo que se trataba de mi segunda situación de riesgo aun antes de llegar al hotel, decidí defender al sistema del siguiente modo: "señora, ya está bien, lo importante es que Ud. y el bus llegaron, ¿no? Eso es lo importante".

Me olvidaba de contarles que llegué a la Habana exactamente tres días después que Raúl fue ungido como presidente, lo que frustró mi antiguo deseo de visitar la isla bajo el gobierno de Fidel. Son las cosas de la vida. Por alguna razón, Cuba me pareció increíblemente parecida a la idea que tenía de ella, por ese raro don como de anticipación, que yo creía tener, pero que según mis jefes se explica por mi pegamiento airrefrenable a la pantalla del computador, devorando noticias en internet aun de las más nimias, lo que me permite estar al tanto de quién es quién y, sobretodo, qué hizo y con quién.

Una cosa que no era como yo pensaba, o mejor, que no era como la propaganda en contra persiste en presentar, era el transporte. Por lo menos el urbano. Y es que la cantidad de buses chinos nuevos en La Habana era tal, que ya se los siquiera el denostado Transantiago: nuevísimos, sin mácula alguna gracias al disciplinaje de la muchedumbre, solía ocurrir que casi siempre tenían asientos libres, lejos de las escenas que hasta un par de años atrás la TV nos mostraba, en que unos graciosos "camellos", aquellos camiones cuyo acoplado estaba convertido en algo así como un bus, avanzaban bufando totalmente atiborrados. Ahora bien, no tuve el atrevimiento de treparme a uno de estos buses, porque lo de la moneda dual es todo un lío, y después de que un policía me impidió entrar a la Heladería Coppelia nunca me quedó claro si era legal o no intentar para un extranjero coger la "guagua": algunas cosas eran como me habían dicho.
Continuará...

4 comentarios:

Benjuí dijo...

Ay, La Habana.
Estuve justamente cuando el Huracán Mitch amenazaba con llevarse la isla entera, aunque luego se desvió hacia donde todos tuvimos noticia.
Yo sí que estuve en la heladería Coppelia, y paseé por el Malecón y...
En fin.
Continúe usted, por favor: es formidable recibir noticias frescas de antiguos amigos, y lo digo tanto por usted como por mi amada (si: a pesar de los pesares) Cuba.
Un beso.

irene dijo...

Acabo de aterrizar en tu blog. Como supongo seguirás relatando la historia de la Licenciada Peredo, me he puesto al día. Supongo que empezó en el post del 12 de noviembre de 2006, hace ya mucho tiempo ¿no?
No conozco Cuba, aunque me han hablado tanto de ella y he visto tantos reportajes, que es casi como si la conociera. Esto tiene de malo que, como la imaginación vuela, puedes hacerte una idea equivocada, pero como quizá nunca visitaré La Habana, guardaré la idea de que es una preciosa ciudad con su famoso Malecón y que sus gentes son alegres y acogedoras.
Esperaré para ver cómo termina esta historia.
Besos.

Eleuterio Gálvez, el cónsul temerario dijo...

Benjuí:
Seguirá Ud. teniendo noticias mías y de La Habana. No sé si frescas, por mi tendencia a la demora.
Un beso.

Irene:
Gracias por tu visita y contestándote: sí, seguiré con la historia de la Lcda. Peredo, muy pronto.
A mí me paso con Cuba como a ti: ya en cierto modo la conocía, sólo que en mi imaginario era más cálida. Ya contaré todo, sus detalles. Si quieres, bueno, contaré una historia, pero tendré que echar mano a los detalles, que sólo así se puede hacer una historia a partir de un paquete de ocho días en Hoteles Meliá, con mucho Varadero y poca Habana.
Mañana me daré una vuelta por tu blog.
Besos.

Anónimo dijo...

Cuba entera es una caja de sorpresas para quienes la conocíamos de oídas. Lástima de dogmas a un lado y a otro.
Saludos.